Dije que en este blog también iba a escribir sobre lo que no me gusta. Y leo muchas cosas que no me gustan, pero no por lo que dicen sino por cómo lo dicen. No es que mi incipiente y modesta actividad bloguera me esté dando alas o permiso para criticar a nadie. Simplemente por mi formación, mi trabajo y mis intereses, cuando leo algo me fijo en el contenido pero también, y mucho, en las formas. Ya había escrito el borrador de esta entrada cuando me encontré con esto que me recuerda cómo ir por el buen camino. Muy recomendable, como todo lo que hay en la red boolino.

El trinomio niños + comida + escritura resume gran parte de mis fundamentos: la importancia de hacer las cosas bien y de transmitir ese mensaje. Qué y cómo comemos lo aprenden nuestros hijos y así comerán de mayores. Qué y, sobre todo, cómo escribimos, también. ¿Por qué dos cosas tan básicas parecen importarnos tan poco? Cocinar y dar de comer (enseñar a comer) es como escribir. Porque escribir es también «dar de leer» y «enseñar a escribir». Así pues:

– No poner los signos de interrogación o exclamación de apertura es lo mismo que no echar sal a la sopa o azúcar al pastel. Y mucha sal arruina un plato.

– Colocar comas al tuntún equivale a vaciar el especiero encima de una ensalada. Lo mismo con las mayúsculas.

– Obviar las tildes de las palabras es olvidar echar el arroz a la paella o los huevos a la tortilla; poner faltas de ortografía es usar ingredientes en mal estado.

– No construir frases bien elaboradas, o al menos intentarlo, significa no dedicar a un guiso más de 5 minutos. El respeto a los comensales y a los lectores está en trabajarnos el plato y en esmerarnos en la redacción.

– Usar palabras molonas y olvidarnos de lo básico es como desprestigiar un buen plato de lentejas en favor de espumas de sabores exóticos.

– Releer o pedir a otra persona que lea lo que hemos escrito nos permitirá, al menos, corregir el punto de sal.

(Sí, la de la foto es Adriana. Con 9 meses. Sí, yo también he dicho «¡Halaaa!»).